
Este mes tuve el honor de recibir la invitación para participar en el acto de graduación del I Master de Historia Naval, algo que agradezco de corazón, hice con muchÃsimo gusto y que me dio mucho que pensar. A la sorpresa inicial, siguió la idea de que el periodismo en general y el periodismo cultural en particular, tiene todavÃa no ya sentido, sino incluso cierta utilidad social. Eso es algo que no siempre le ha quedado claro a todo el mundo, ni siquiera a nosotros, los periodistas.Â

Visto en perspectiva, con sus pros y contras, sabiendo las veces que los periodistas, a pesar de mil errores, hemos dado a conocer información importante que antes no emergÃa al debate público; conociendo, además, que hemos ayudado a la mejora de la conciencia social sobre el patrimonio sumergido de manera incuestionable, y a pesar de cuantos ataques y polémicas hemos tenido afrontar con quienes, tal vez sintiéndose atacados, confundÃan al periodista o divulgador de los temas de patrimonio con el enemigo a abatir porque iluminaba pasadas chapuzas o situaciones simplemente mejorables, creo que al pasar estos pocos años los resultados hablan por sà solos. Sin la prensa y su presión, no tendrÃamos la muestra de la Mercedes sino, tal vez, otro museo americano como el del Juno y la Galga (con piezas del patrimonio español, a excepción de un ancla) y nos faltarÃan otras cosas que, dibujando un cambio paulatino y democratizador que hoy aceptan casi todos, afortunadamente sà tenemos. Por eso permÃtanme compartir con ustedes, lectores, aquellas reflexiones mÃas pronunciadas en Cartagena hace unos dÃas, junto al submarino de Peral.Â
El Patrimonio Naval y la opinión pública: El caso de la fragata Ntra. Sra. de Las Mercedes
Comencé este camino en mayo de 2007, cuando supimos que una empresa norteamericana que trabajaba con permisos oficiales habÃa aprovechado su presencia en las aguas del Estrecho, y la protección que Gibraltar y el Ministerio de Defensa inglés le otorgaban para realizar algunos trabajos, para sencillamente cometer una tropelÃa. Un delito, o más bien varios, que significaban el robo de una parte muy importante de nuestra historia, el contrabando de los bienes culturales asociados a una fragata de la Armada Española para su posterior venta y, además, el tráfico de información asociada sobre nuestro propio patrimonio con el fin de dejarnos -si me lo permiten -, además de cornudos, apaleados.
No tengo sino palabras de agradecimiento para todos los que han acompañado a lo largo de los últimos siete años los esfuerzos por acercar la luz de los hechos comprobados, la legitimidad de los valores que compartimos y la intuición de que es mejor un futuro cargado de memoria que echar tierra sobre nuestro pasado como si nos avergonzase y tratar de saber quiénes somos sin conocer quiénes fuimos y desde cuándo somos lo que somos. Las palabras de agradecimiento, créanme, incluyen a quienes en algún momento han puesto en cuarentena la labor de los periodistas tal vez porque se sintieron amenazados por el conocimiento de unos hechos que, si bien han acabado en un final feliz, como veremos, todavÃa nos parecen pobremente iluminados y negligentemente valorados, aunque tengan explicación. Hay que analizarlos no para empecinarnos, sino para no repetirlos.

En un paÃs tan poco dado a los consensos sobre nuestro pasado, en una sociedad a menudo más inconformista con los hechos históricos que con nuestro propio presente, el caso de la fragata “Nuestra Señora de las Mercedes†supone toda una lección y espero que sea un punto de inflexión para los españoles. No creo que haya otro episodio de nuestra vida pública en el que se haya visto a tanta gente trabajar, a menudo sin estar de acuerdo en cómo, por un objetivo común. Sin embargo, desde el balcón del periodismo, al que nos hemos asomado cada dÃa desde mayo de 2007 con ánimo crÃtico y también exigente, hemos visto muchas cosas que merecen reflexión y de las que deberÃamos sacar enjundiosas enseñanzas. PermÃtanme que nos detengamos un momento sobre esto. Pero antes, me gustarÃa insistir en que desde el periodismo, utilizamos las palabras solo con ese fin de iluminar y debatir de una manera a la postre constructiva. Nosotros no somos jueces. Si acaso tenemos algo de notarios. Espero que después de este relato de mis pensamientos pueda convencerles de que, a pesar de todas las deficiencias de mi profesión, y de los errores achacables tanto a la prisa como a la impericia, el periodismo, la divulgación, son su mejor aliado.
Recordemos con cierta perspectiva: Primero ocurrió el expolio, inesperado, pero lleno de zonas oscuras. Cuando la empresa Odyssey Marine Exploration arrancó del fondo del mar la carga de la “Mercedes†y se la llevó de contrabando a Florida en aviones fletados desde Gibraltar y con el doloso y desleal comportamiento del Gobierno de la Roca, que incumplió hasta sus propias leyes, habÃa mucho que explicar. No nos equivoquemos: sabemos que los autores del expolio eran los culpables, pero no podemos dejar de reconocer que la presencia en aguas españolas de estos piratas modernos no fue, como salta a la vista, vigilada como corresponde. Entonces, en mayo de 2007 asistimos a un espectáculo poco gratificante -aunque ciertamente breve – en el que las autoridades se arrojaban entre bambalinas las supuestas competencias y los permisos de ámbito autonómico y estatal que Odyssey habÃa manejado. Pero hay un hecho que no deberÃamos olvidar: Seis años de reuniones en despachos ministeriales muy importantes de Madrid, autonómicos en Sevilla y más que discretos en Gibraltar, en las que se proponÃan misiones ilegales sobre el patrimonio a cambio de información sobre nuestros propios naufragios, no debieron haberse permitido. No deberÃan ni siquiera haberse producido. La negativa más educada y diplomática ante pretensiones como estas no tarda en darse tanto tiempo, no seis años.
Es cierto que estaban buscando supuestamente un buque inglés, el HMS Sussex, pero a la luz de este hecho es peor aún el papel de vigilancia encomendado a quien correspondÃa, a quienes deben velar por el Patrimonio. Seamos positivos: Es de los errores de lo que más podemos y debemos aprender, siempre que los analicemos con franqueza, sin autoengaños. Falló la coordinación de un Estado de Derecho muy complejo en ámbitos competenciales. La responsabilidad y la información fueron muy deficientes, fracasó la ética pública y, lo más importante, nadie tuvo la altura de miras para prever las consecuencias de aquella gestión tan desordenada como desafortunada. ¿Nadie?

Bueno, para ser justos, habrÃa que introducir algunos matices. A mà nunca me ha cabido duda de que los profesionales de la Historia y la ArqueologÃa, incluso los que tenÃan cargos oficiales, a tÃtulo particular, desconfiaban de la empresa. Me consta que los profesionales de la Armada se encontraban muy molestos con aquella presencia en nuestras aguas y presentaban informes, cientos de ellos, detallando posiciones y actividad de sus barcos. También la Guardia Civil. Pero eso no se sabÃa entonces: si la prensa tomó conciencia del problema, si anduvo vigilante, si fuimos útiles, fue sobre todo por la insistencia con la que nos alertaron unos pocos miembros de la sociedad civil que no querÃan que ocurriera lo que luego ocurrió y actuaron en consecuencia con sus pobres armas. Su esfuerzo solo deberÃa ser recordado como un mérito cÃvico sobresaliente: Ecologistas modestos que nos hablaban de lo que los pescadores contaban sobre las actividades de los barcos, navegantes deportivos que perseguÃan en su propio velero a los piratas para sacarles fotos y medir sus posiciones con el fin de que no quedase impune su actividad si se demostraba algún dÃa delictiva, abogados y arqueólogos que elevaban informes a las consejerÃas de Cultura, al ministerio de Cultura, y que en el mejor de los casos fueron convenientemente archivados con un gesto soberbio que también deberÃa arrojar enseñanzas a nuestros responsables polÃticos. Nombres que valdrÃa la pena reconocer, aunque sus informaciones fuesen incompletas, porque las ponÃan a disposición de la sociedad a menudo contra el criterio pudoroso de los ámbitos de poder; nombres que la España oficial ha preferido ocultar, y esto es muy triste. Su historia, la de Ecologistas en Acción, Pipe Sarmiento, Javier Noriega, José MarÃa Lancho, José Antonio Braza, y algunos otros, está publicada en las páginas de nuestros periódicos y completa la verdad de lo que sucedió, por eso las páginas son, de momento, casi su único homenaje.
Pero avancemos: la España oficial después sà despertó, realizó un esfuerzo fabuloso para aportar ante los tribunales de Estados Unidos las pruebas archivÃsticas y para armar una defensa contundente en un litigio al que nos presentamos en inferioridad, frente a una empresa que guardaba las pruebas del delito y no querÃa que fueran utilizadas en su contra. Pero a la postre se impuso la razón, hubo justicia. Una de las primeras lecciones es que los medios de comunicación sà servimos entonces para algo: pusimos sobre la mesa el sentimiento de indignación que la sociedad albergaba ante estos hechos, un sentimiento, por demás, que casi nadie esperaba que se oyera con tanta fuerza y que movilizó voluntades polÃticas para que los mecanismos del Estado se pusieran a toda máquina. Hubo debates parlamentarios intensos que recordaron a los que acontecieron en el Parlamento británico en 1805 tras el ataque. Y un debate trasladado a los medios sobre el control de lo que habÃa pasado con Odyssey y con lo que tocaba hacer.
Como decÃa, en 1805, a los pocos meses de hundirse la Mercedes, se produjo una guerra de panfletos polÃticos entre quienes pensaban que Gran Bretaña habÃa atacado ilegÃtimamente a las fragatas españolas y debÃan por tanto devolver la plata por haber actuado contra la ley y la razón, y quienes defendÃan la actuación de su almirantazgo, bajo las órdenes del gobierno de William Pitt. Fue un debate periodÃstico sobre otro polÃtico, cuya réplica se produjo dos siglos después, en 2007. Es el latido de la democracia, con todas sus imperfecciones y toda su grandeza, la pugna de un poder que debe dar explicaciones a la sociedad que lo ha elegido. Es otro valor que pudimos contemplar en cuanto la carga de la Mercedes fue puesta en el centro del debate público. Un valor que emergió con el patrimonio y su conocimiento. Vendidas sueltas, las monedas no tienen esos valores. Concebidas culturalmente, ese es el máximo valor que portan.

En los últimos años, desde la prensa fuimos relatando paso a paso el juicio del Reino de España contra Odyssey, a menudo más allá de lo que a algunos les hubiera gustado. Nos decÃan que estaban temerosos de que los cazatesoros empleasen contra España en el tribunal la polémica generada contra sus actos. En ABC fuimos leales y tuvimos en cuenta siempre la prudencia ante el proceso, pero no caÃmos en un exceso que resultaba -en el mejor de los casos – pueril. Como veremos, cuando la luz ilumina los hechos, incluso los hechos más controvertidos, ocurren más cosas buenas que malas. Los periodistas creemos en esto, y les pedirÃa que lo tengan en cuenta, porque esa es nuestra principal motivación y nuestra fuerza como sociedad (y acaba siendo nuestra debilidad cuando no lo logramos). Hace apenas dos meses, en el curso de unas jornadas sobre arqueologÃa subacuática que tuve el honor de organizar y que contaron con la ayuda destacada de esta Cátedra Naval, el gran escritor cartagenero Arturo Pérez Reverte expresaba algo parecido: que no dejemos de publicar porque los poderes públicos, incluso los democráticos, no suelen moverse si no es bajo la presión del “pequeño chantaje†que sienten cuando la prensa se muestra exigente. Y no se me ocurre mejor manera de definir nuestro papel. Créanme que no es cómodo, que siempre resulta desagradable decirle al poderoso que se equivoca (o que hay alguien con conocimiento que lo piensa) y aguantar su desprecio o sus invectivas, incluso algún ataque (el asunto de la Mercedes ha dejado algunas cicatrices).
Pero a lo que importa: España movilizó sus recursos y una vez más habrÃa que reconocer el inmenso esfuerzo realizado por los archivos de la Armada, el Museo Naval -durante el mandato de tres directores, los almirantes De Leste, RodrÃguez González-Aller y González Carrión -, pero también cuatro ministros de Cultura sucesivos de gobiernos de distinto signo que, con intensidad variable, fueron capaces de llevar a buen puerto ese esfuerzo en coordinación con los archivos estatales y los responsables del ministerio de Exteriores, que era quien habÃa dado el último permiso a Odyssey, semanas antes del expolio.
Aunque hubo determinados altos cargos del ministerio de Exteriores que se defendieron con armamento pesado, si me permiten la metáfora, de nuestras ganas de publicar lo que ocurrÃa, las autoridades culturales y la representación diplomática española ante Washington tienen un mérito indudable que hay que reconocer, además de subrayar el magnÃfico trabajo de nuestro abogado ante el tribunal, James Goold. No hay que ser cicateros en este reconocimiento colectivo, publicado también extensamente, pero serÃamos injustos si no sumásemos otras pequeñas o no tan pequeñas aportaciones legales como las de Hugo O’Donnell, que sumó pruebas periciales para demostrar la identidad del barco, o las del citado abogado José MarÃa Lancho que puso a disposición del Estado su rápida investigación sobre las indemnizaciones del siglo XIX que derribó de un plumazo toda la estrategia legal de Odyssey de obrar en representación de quienes perdieron sus bienes en el naufragio de la “Mercedesâ€. Una vez más conviene no olvidarnos de quienes, sin más razón que su orgullo y su patriotismo, quisieron ayudar.
Y ahora viene lo bueno si me permiten esta confesión: Lo que produjo toda aquella ola de indignación publicada, de trabajo colectivo y de polémicas interminables fue, en realidad, un bien mayor del que tenemos que alegrarnos y disfrutar. Con su profanación del yacimiento de la fragata “Mercedes†y con el expolio de las monedas de su carga, los cazatesoros abrieron su propia caja de Pandora, porque aquellos objetos -las monedas tienen cara y tienen cruz – estaban cargados de historia. ¡Y qué historia!
El vil ataque inglés que abrió las puertas de una de las guerras más importantes de la historia, un ataque que fue nuestro “Pearl Harborâ€, como muy bien dijo Goold ante el juez Merriday de Tampa con el fin de que comprendiera el valor histórico de aquellos restos para España. El combate del Cabo de Santa MarÃa, que todos los periódicos relatamos con detalle, la tragedia de Alvear, que aún nos conmueve porque perdió a su esposa y siete hijos mientras tenÃa que atender al mando de su nave, la vida de aquellos marinos que fueron tragados por el océano nada más estallar la Mercedes, reflejada en sus botones, sus tabaqueras, sus gemelos… Eso es el patrimonio. No solo metal con valor de mercado, sino materia oscura que solo un arqueólogo puede iluminar y entonces ilumina nuestro presente. Porque es parte de nosotros, una verdadera máquina del tiempo, una puerta a emociones a las que resulta maravilloso asomarse.
Tengo el convencimiento de que Odyssey no era consciente de lo que estaba a punto de provocar. Porque un paÃs en el que la historia naval, sin duda una de las mayores de la humanidad, la que hizo posible la primera navegación global, estaba tan olvidada, y en el que la arqueologÃa subacuática apenas habÃa logrado suscitar una atención muy localizada en nuestra sociedad, se convirtió casi de la noche a la mañana, después de la investigación sobre lo ocurrido con la Mercedes, en un paÃs que volvÃa los ojos de nuevo a los mares de su historia, encantado de reencontrarse con un pasado lleno no solo de heroÃsmo sino sobre todo de ciencia y modernidad, de sociedades mestizas y horizontes lejanos que alguna vez mirábamos con tanta naturalidad que sorprende mucho que durante dos siglos, salvo ustedes los marinos, casi todos los españoles hayamos podido olvidar tan intensamente.
Lo compruebo cada dÃa: es publicar la historia del Glorioso, episodios de la vida de Jorge Juan, de Ulloa, o de Blas de Lezo; o las circunstancias de un combate o un naufragio, y ver que esas informaciones, noticias y reportajes se convierten en los más vistos de la web de un periódico nacional como ABC, compitiendo con el escándalo polÃtico del dÃa y hasta la información de los famosos, superándolos en no pocas ocasiones. No hablamos de una publicación especializada, sino de un diario de información general al que los lectores demandan cada vez más historias rescatadas del mar y de la historia que nos circundan, historias que nos explican para bien y para mal, para la exploración de los continentes y para los abusos de la explotación colonial, para entender las guerras de entonces y para poner en pie los proyectos cientÃficos del futuro. La sociedad ha sido lúcida en esta demanda, ha reaccionado de manera inesperada y de un modo que todos deberÃamos entender como una oportunidad. Una vez más, el periodista, el divulgador, es el mejor aliado de quienes aman y cuidan del patrimonio.

Comprueben las cifras de visitas al Museo Naval de Madrid, en continuo ascenso. Miren la exposición de la Mercedes en tres sedes, la permanente aquà mismo, en el Arqua, y la itinerante que arrancó, inaugurada por los Reyes, en uno de sus últimos actos como PrÃncipes de Asturias, el pasado mes en el Arqueológico y el Naval. Miren este precioso Museo Naval de Cartagena, con especial atención a esta sala donde nos encontramos, que pone en valor la historia repetida y la que no hemos valorado suficientemente: la ciencia y la marina fueron las disciplinas unidas por las que el progreso entraba en nuestra historia y eso tiene un lado bueno, que es tanto la navegación oceánica o la medición de un grado de meridiano en Quito en el siglo XVIII como la invención de la asombrosa máquina que cambió el siglo XX: el submarino. Y tiene también, a qué negarlo, el lado malo, si pensamos en el sueño de Peral malogrado o en el desprecio a la visión que Jorge Juan tuvo de que España solo podrÃa desarrollarse en plenitud si se reformaba justamente la administración de las Indias y si se daba una importancia primordial a la construcción y mantenimiento de una Armada potente, muy importante. Una vez más nos muestra como somos, las dos caras de una misma moneda que nos define.
Aprendamos de ello. La grandeza de nuestra historia no está tanto en los oropeles del imperio como en el esfuerzo modernizador sumado al carácter resistente ante las adversidades que nos retrata. Cuando nos miramos en la Mercedes y su historia, en Blas de Lezo y la suya, instintivamente nos reconocemos.
Tratemos de extraer, entonces, algunas conclusiones. Desde el origen, como demuestran los pecios griegos, romanos o fenicios documentados, nuestro pueblo ha vivido y ha soñado -y ha muerto – entre las olas. Ese vasto continente patrimonial que las aguas y las costas de España guardan está lleno de historias. Apenas estamos empezando a comprenderlas. Apenas somos conscientes de su dimensión. España sostuvo durante más de tres siglos el esfuerzo colectivo más asombroso que hayamos asumido jamás: la exploración, conquista y administración de un imperio marÃtimo, y la fundación y la defensa de las ciudades y las rutas que lo conformaban. Y eso ocurrió en nuestra tierra después de dos mil años de navegación e interdependencia, de culturas exóticas llegando a puerto y mezclándose en la piel de toro. Más tarde la cultura propia partÃa en las naves que enviábamos hacia lo desconocido.
Ese esfuerzo hoy se rescata desde la reivindicación de aquellos valores que nos configuraron y desde el relato de aquellas aventuras y desventuras. Para ambas cosas, una vez más, el mejor aliado es el periodista. Cuanto más nos contemos, cuantas más veces nos lo puedan explicar, con paciencia y rigor, mejor periodismo haremos y también más valorará la sociedad su patrimonio y su historia. Estamos condenados a navegar juntos y creo que vale la pena. Se puede hacer un reportaje de un pecio, y otro de un combate y otro de una carta de un marinero a su novia y otro de los avatares consignados en una simple hoja de servicio. Todo suma.
Sin embargo, aceptamos que el poder tiene una relación tensa con el periodismo. Siempre ha sido asÃ. A los panfletos crÃticos publicados en Londres en 1804 siguió una lluvia fina de reproches y una oleada de desconfianza entre adversarios polÃticos. Pero esos panfletos dejaron testimonio de que en Gran Bretaña hubo quienes reflexionaron sobre lo ocurrido sin marcar el paso de una jugada polÃtica y de un ataque a traición. Eran libres, se alejaban de un discurso inducido para hacerse oÃr. Con mejor o peor motivo, pero libremente. Los periódicos también servimos para eso, dejamos constancia – un poco notarios, como les decÃa – de opiniones y realidades que de otro modo no tendrÃan eco y que, frecuentemente, molestan a quienes tienen en sus manos las llaves de las cosas. Hay que recordarlo para que no se nos olvide. Nadie tiene las llaves del mar o de la libertad…

Aunque alguna vez se hayan molestado con algún detalle de nuestra visión de lo que ocurrió, por ejemplo en el caso Odyssey, la luz ha traÃdo más cosas buenas que malas. Sin esas incomodidades no sabemos cómo habrÃan reaccionado las autoridades. O sà lo sabemos, porque ocurrió con el Juno y la Galga, otros dos barcos españoles expoliados en un juicio que España ganó en 2000, con el mismo abogado y ante idéntico tribunal federal estadounidense. Con la Mercedes fue muy distinto y la única diferencia la marcó la difusión que la prensa dio del expolio. Hoy ese patrimonio está accesible para todos y esa es la prueba de que el periodista es el mejor aliado de todos quienes aman y cuidan el patrimonio, por vocación, cargo, competencia o por mandato legal.
Hoy la historia naval está en boca de todos, en los museos y también en quienes estudian como ustedes la disciplina y sabrán cuidar los archivos y valorar el método cientÃfico para extraer la información histórica de los pecios de nuestro pasado. El futuro está en sus manos y en los proyectos de una joven generación de arqueólogos que está cambiando las cosas ya, aquà mismo, en Isla Grosa, o en el Bou Ferrer, y en el ánimo de quienes aceptan que la Mercedes nos concitó a todos, cada uno con su opinión, en un esfuerzo común. Nada serÃa peor ahora que hacer caso a quienes nos piden a todos los que hemos ayudado a cambiar la percepción del patrimonio que nos conformemos con lo visto y con lo ya realizado. No.

Si lo miran bien, acabamos de empezar. Es importante que todos sigamos sumando. Para hablar de los pecios antiguos y de los galeones, de los navÃos de lÃnea y de las armadas perdidas. Para recobrarlas y rescatar la mejor historia que España ha dado al mundo, y no hacerlo con falta de miras o complejos. Además, para no dejar que sean los cazatesoros y los muecines de la leyenda negra los que cuenten nuestro pasado después de robarlo y venderlo con un desafuero constante, como si perteneciese a una sociedad con taras morales, enferma, sedienta de oro y deseosa de esclavizar al prójimo.
No fue asÃ, y en el patrimonio subacuático tenemos la fuente de legitimidad para alumbrar el pasado con toda su complejidad, desde una sociedad abierta y democrática que quiere participar de ese proceso de investigación y puesta en valor y disfrutar del conocimiento de unos bienes que son de la humanidad, en los que está nuestro futuro, más que nuestro pasado. Porque ya es historia que compartimos con un montón de naciones, nuestros barcos se perdieron en los mares de toda la tierra y son un registro histórico como no hay otro igual. Su abandono y destrucción serÃa la peor catástrofe cultural de la historia. Aunque no la veamos.

Aprendamos a cooperar para llegar a ellos. A ese conocimiento. España acaba de firmar un protocolo con México para empezar a trabajar juntos en este patrimonio. La recuperación de ese pasado solo puede ser un proyecto de Estado. Hay pocos con tanta fuerza para unirnos. Piénsenlo. ExÃjanselo como ciudadanos y como personal especializado a los responsables de la Administración, en todas sus capas, local, autonómica y nacional. Nosotros, lo hacemos desde la prensa, y además lo queremos publicar para que ni se olvide ni se detenga.
A medida que suceda, con su ayuda, seremos aliados en ese conocimiento del impresionante patrimonio. La Mercedes es solo un ejemplo, pero comparte con el Juno y la Galga, con el San Diego y el Triunfante la tristeza de que los expoliadores llegaron antes que los cientÃficos. Imaginen el dÃa en que los arqueólogos lleguen primero y podamos rescatar la historia completa de uno de aquellos barcos desventurados. Yo estoy deseando que suceda. Para conocerlo y para contarlo.
