
(Soldados alemanes invadiendo Polonia el 1 de septiembre de 1939, sin darse cuenta de la que acababan de liar)
Para comienzos de 1939, Hitler empezó a sentir que se le acababan las opciones. El rearme avanzaba a toda máquina, pero habÃa llegado al lÃmite por falta de hombres y de recursos. Inglaterra habia comenzado a rearmarse y era cuestión de tiempo que alcanzase a Alemania. Hitler estimaba que tenÃa como mucho una ventana de oportunidad de año y medio, durante la que Alemania serÃa superior armamentÃsticamente. Si la dejaba pasar, el poderÃo económico de Francia, Reino Unido y EEUU,- cuya entrada en guerra del lado británico consideraba ineludible a medio plazo-, aplastarÃa a Alemania.
La invasión de Checoslovaquia en marzo de 1939, violando los Acuerdos de Munich del otoño anterior, tuvo una motivación básicamente económica. Checoslovaquia tenÃa recursos que Alemania necesitaba y una industria armamentÃstica potente. Las armas y municiones rapiñadas en Checoslovaquia sirvieron para armar a 30 divisiones. Si en términos económicos, la invasión fue un éxito, en términos diplomáticos fue un desastre. Hizo comprender a los británicos que el apaciguamiento no funcionaba con Hitler, que era insaciable, y empezó a extenderse la idea de que no se le podÃa pasar ni una más.
En la primavera de 1939 Hitler trató de atraerse a Polonia como un socio menor. Con su espalda asegurada, podrÃa concentrarse mejor en la guerra en el oeste, que veÃa inevitable. Pero Polonia se resistió, al haber recibido garantÃas del Reino Unido de que defenderÃa su independencia. En abril Hitler ordenó al OKW (Alto Mando de las Fuerzas Armadas) que preparasen los planes para la invasión de Polonia. Hitler era consciente de que la invasión le podÃa llevar a una guerra con Inglaterra y de que habÃa el peligro de que la guerra fuese larga, algo para lo que Alemania no tenÃa los recursos necesarios. Además, los programas de nuevas armas en marcha no se prevÃa que dieran fruto hasta 1942-43. Su apuesta era una guerra victoriosa contra Polonia y tan breve que no diera posibilidad de reaccionar a las potencias occidentales. He dicho precisamente “apuestaâ€, porque todo tenÃa un aire a juego de la ruleta; Hitler estaba apostándolo todo al negro, sin tener claro lo que harÃa si salÃa rojo.
Hitler consideraba que el Pacto Ribbentrop-Molotov, firmado el 23 de agosto, le garantizaba que la guerra se limitarÃa a Polonia. Pensaba que ahora que Alemania y la URSS habÃan acordado no agredirse, las potencias occidentales renegarÃan de sus compromisos con Polonia.
La invasión de Polonia comenzó el 1 de septiembre de 1939. Durante los dos primeros dÃas las tropas alemanas avanzaron a buen ritmo, sin que hubiera reacción aliada. ParecÃa que habÃa salido negro y la apuesta habÃa funcionado. Entonces el 3 de septiembre, Inglaterra y Francia le declararon la guerra. Hitler montó en cólera y la pagó con su Ministro de Asuntos Exteriores, Joachim Ribbentrop, que le habÃa asegurado que las potencias occidentales no reaccionarÃan después de que Alemania y la URSS hubieran firmado el Pacto de no Agresión. Bueno, lo de que las potencias occidentales habÃan reaccionado es mucho decir. Tras haber declarado la guerra, se quedaron paralizadas, sin saber bien qué hacer a continuación y sin ser conscientes de que la frontera oeste de Alemania estaba desguarnecida y que Alemania no estaba en condiciones de resistir un ataque decidido en la misma.
La guerra relámpago contra Polonia duró cinco semanas. Hitler salió convencido de que habÃa encontrado la fórmula para noquear a Francia e Inglaterra. Sus generales, en cambio, estaban mucho menos convencidos. Una cosa era el Ejército polaco y otra el francés. Además, los franceses, que ya habÃan visto cómo funcionaba la guerra relámpago, no se dejarÃan sorprender. Muchos generales pensaban que la victoria sobre Polonia debÃa aprovecharse para negociar con Francia e Inglaterra. Aun asÃ, en el otoño de 1939, siguiendo órdenes de Hitler, se pusieron a planificar el ataque contra Occidente, en el que no creÃan. El plan que diseñó el Alto Mando del Ejército (OKH) era un plan inimaginativo. Hitler lo vio y ordenó que el punto principal de ataque se desplazase más hacia el sur. Esta idea de Hitler serÃa la base del plan victorioso definitivo. Fritz apuntilla que Hitler habÃa demostrado tener una intuición estratégica al menos tan buena como la de sus generales. El propio Manstein, que ultimarÃa el plan definitivo, dijo: “[Hitler] tenÃa un ojo agudo para el arte de lo posible a nivel táctico y pasaba mucho tiempo estudiando mapasâ€. No obstante, Manstein pensaba que la intuición de Hitler tenÃa que ser dirigida por la experiencia militar de un oficial profesional.
La campaña de Francia fue un éxito que superó con mucho los sueños más descabellados de los oficiales alemanes. Lo curioso es que Hitler, que solÃa jugar al filo de la navaja, en esta ocasión se asustó, perdió los nervios y se preguntó si sus generales no estarÃan demasiado osados y se estarÃan exponiendo a una catástrofe.
Esto nos lleva al episodio de Dunquerque, cuando los alemanes tuvieron cercado al Ejército inglés y lo dejaron escapar. Este error generalmente se ha puesto en la cuenta de Hitler. Fue un error tan garrafal que algunos han querido ver un cálculo polÃtico detrás: Hitler no querÃa destruir el Ejército británico porque aún pensaba que era posible un entendimiento con Inglaterra. Fritz cuenta las cosas de manera distinta a como se han venido contando. Es cierto que como en tantas ocasiones, los nervios le jugaron una mala pasada a Hitler en el momento álgido de la campaña. No se habÃa dado cuenta de lo precaria que era la posición aliada y todavÃa pensaba que el Ejército francés era más eficiente de lo que lo era en la realidad. Pero muchos otros generales alemanes compartÃan esa opinión. Unos pocos ataques ingleses en la zona de Arras, hicieron creer a los alemanes que iba a repetirse el “milagro del Marne†y que por un exceso de osadÃa iban a perder la campaña. El responsable de la orden de alto, que permitió la evacuación de los británicos, no fue Hitler, sino von Rundstedt, el Comandante del Grupo de Ejércitos A.
Leyendo a Liddell Hart, uno advierte algo que dice Fritz: los generales alemanes se ponÃan todas las medallas de la guerra relámpago contra Francia, olvidándose de las aportaciones de Hitler, y, en cambio, le ponÃan en el Debe el error de Dunquerque, que en puridad fue de von Rundstedt. Hay que reconocer que el análisis de la situación de Hitler era semejante al de von Rundstedt y al de otros generales, con lo que en el mejor de los casos cabrÃa hablar de una responsabilidad compartida en la cagada.
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